Anoche soñé que volvía a Manderley, pero Netflix me engañó

 

Cada vez me convenzo más:  soy una imbécil.  Día tras día, dejo que Netflix me arruine las cosas que me gustan mientras no hago otra cosa que perder el tiempo.

  Encima, ahora, en su pantalla de inicio agregó un nuevo monumento a la desidia. ¿Lo vieron? Es el botón que dice “Reproducir algo”. Sí. Ya no necesitamos pensar, ni decidir, ni elegir con qué nueva bazofia netflixiana pasaremos la noche de insomnio.  No. Basta con  apretar el botoncito del infierno y Don Netflix decidirá con qué deleitarnos.

Ya les dije que soy una imbécil. Pero, además, se ve que soy un poco vaga. Porque mientras mi lado sensato gritaba ¡No toques el puto botón, Jorgelina! Mi lado imbécil me llevó a apretar lo que no debía.

Y empezó Rebeca.

—¡Joya! —dije, porque recordaba muy bien el libro de Daphne Du Maurier—. Me gané la lotería del streaming y no voy a ver un bodriazo edulcorado. 

Esto último no lo dije, lo pensé. Pero si digo que lo dije quedo más ocurrente.

Anoche soñé que volvía a Manderley —dije casi al mismo tiempo que empezaba la peli.

Esto sí lo dije. Es que el comienzo de Rebeca es inolvidable, como ella.  Y, como ella, también es inquietante.

Pero enseguida me desilusioné: no era la Rebeca que yo esperaba, no. No era la versión de Hitchcock.

Bueno: es Rebeca, pensé. ¿Qué tan mal puede estar? Novela gótica, historia de fantasmas sin fantasmas, ambientación de época, mansión inglesa… Seguro está buena.

Mi lado sensato gritaba: la hizo Netflix, Jorgelina. No puede estar buena. Pero mi lado conformista, muy fuerte le gritó que se callara . Y sensato, obligado por obediente,  le hizo caso mientras pensaba por qué mierda seguimos mirando —y pagando— Netflix.   

Rebeca es una novela inquietante.  Tan inquietante que hasta Stephen King la homenajea en “Un saco de huesos”, la novela en que Manderley se transforma en  Sara Risa, la casa de un escritor en la que los fantasmas hacen de las suyas.





“Anoche soñé que regresaba a Manderley... Mientras estaba allí, inmóvil y silenciosa, habría jurado que la casa no era un caparazón vacío, sino que vivía y respiraba como en otros tiempos”, dice uno de los epígrafes de la novela de King. Y aunque no es ni por lejos la mejor novela de Esteban Rey, el homenaje que le hace al libro de Du Maurier es digno. Porque Rebeca es, sobre todas las cosas, un libro oscuro.

Mientras la presencia omnipotente de Rebeca sobrevuela cada página, mientras  el libro se va tornando tan denso y asfixiante como la mirada de la señora Danvers: el ama de llaves de Manderley, uno no quiere ni puede dejar de leer. Uno necesita  saber.

Bueno. En la versión idiota y a todo color de Netflix eso no pasa. Maxim de Winter, el protagonista torturado de la obra de Du Maurier, se transforma en un pusilánime sonámbulo que anda en camiseta  por la mansión.

Rebeca, la  esposa muerta de Maxim que en su vida fue dueña de una belleza y un garbo incomparables, se transforma en un personaje extraído de The Walking Dead que deja de lado a la femme fatale a la que todos temían y adoraban por igual.

La señora Danvers, esa gárgola del infierno que da miedo toda la novela, se convirtió en una flaca con rictus de celadora.

Y la protagonista de la novela, la nueva señora de Winter, que guarda cierto candor, cierta ingenuidad mientras la vida se le cae a pedazos, se ha transformado ahora en una ordinaria cabeza fresca.

Y es para eso que mi lado solidario viene al rescate, mis amigos. Para advertirles. Para evitar que arruinen una lectura que vale la pena o una película que ganó un Oscar en los años dorados de Hollywood.

No miren la Rebeca de Netflix. No pierdan el tiempo.

Si no conocen la historia, lean la novela. O miren la versión de Hitchcock  en la que Rebeca es una mujer inolvidable.

Háganle caso a mi lado sensato, amigos. Porque sensato supo, aun antes de mirarla, que la Rebeca de Netflix es una versión para el olvido.   




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