Adelanto de Niebla de espejos

Con mis queridos Halcones pasa algo raro: el libro a nadie le llama demasiado la atención pero, cuando se animan y lo leen, todos los que me hablan del él me dicen que no pueden parar de leerlo y, cuando lo terminan, quieren YA la segunda parte.
Eso es lo más lindo que alguien le puede decir a un autor. Que el libro lo atrapó, que no lo pueden soltar, que quieren que siga. Significa que el mundo que uno creó para los lectores funciona, hechiza, convence. Cuando te cuentan que les preocupa la suerte de los personajes, todo es perfecto. Cuando me dicen que quieren saber qué pasó con Morris, o me preguntan qué onda con James, o insisten en que aman a Carter y a Huesos me sorprendo al entender que los personajes secundarios también tienen peso, que los lectores los quieren o los odian.
Así que, como ya falta repoquito para que Niebla de espejos esté con nosotros, les dejo acá un adelanto donde a grandes rasgos se van a enterar en qué andan Ian y Emily. ¿Quieren?
Les cuento una infidencia. En este libro me permití ponerme un poquito cursi. Un poquito nada más. Y se ve que estoy vieja porque la ñoñez no me hizo vomitar. Sólo me causó algo de urticaria.
Y que conste que esto lo hago a efectos de dejarlos re manija para que compren el libro cuando salga. Y si con dejarlos manija no es suficiente, conozco a unos piratas que son bastante convincentes.

Así que, ya saben: llenemos los arbolitos de piratas. Jajaja.

PD: otra vez le afano la imagen a Black Sails.

Va

 

Capítulo 16

 

En una mañana radiante, la flota de Ian Maeda tocó puerto en Cabo Verde.
De pie sobre el castillo de proa, Ian vio la tierra que se levantaba en el horizonte. Recordó que la última vez que había visto aquella costa, lo hizo con el corazón apretado y con la secreta decisión de no volver jamás.
Entonces, justo en el momento en que la tierra dejó de ser una mancha oscura para convertirse en una explosión de marrones y verdes, volvió a experimentar la culpa y la nostalgia que sintió al alejarse de Emily.
—¿Qué piensa, almirante? —preguntó Rummenige al ver a Ian tan callado.
—Que nos deberíamos haber quedado en China.
Muchas cosas cambiaron en aquellos años, pero la taberna frente a la Iglesia del pueblo seguía tan sucia y deprimente como la recordaba. Sentado junto a la barra, Ian bebía cerveza y pensaba en lo que le habían contado. Tres años atrás, Emily abandonó Cabo Verde convertida en toda una almirante. Él siempre tuvo razón: ella no lo necesitaba. Irse había sido lo mejor, ahora estaba seguro. Entonces, ¿por qué se arrepentía?
Al poco tiempo de tocar tierra, él se mezcló entre la gente del pueblo para hacer algunas preguntas y averiguar si Morris andaba por la zona. Fue así que se enteró de que la flota Spencer había permanecido en Cabo Verde mucho más tiempo que el necesario para reparar el barco dañado.
Se decía que mientras estuvo ahí, Emily hizo averiguaciones sobre su padre. Y que, hasta el último día, mantuvo la esperanza de que algún tripulante del Dark Princess volviera. Pero ningún náufrago se dejó ver. Nadie supo nada tampoco. Al fin, harta de esperar, se largó al mando de su flota.
—Esa chica es de cuidado, almirante —le dijo un estibador del puerto—. Manejaba a sus hombres con mano de hierro. Y todos le respondían como le responderían a cualquier hombre. Nunca vi cosa igual. Y eso que me he pasado la vida en los muelles.
—¿Le temían? —preguntó Ian con cierto orgullo, aunque ignoraba por qué.
—No lo creo. Tampoco la odiaban. Bueno, casi nadie la odiaba. Sólo un sujeto que apareció por aquí no hace mucho.
—¿Recuerdas a ese hombre? —preguntó Ian aunque conocía la respuesta.
—Era el cabrón de Morris. Cada día, hasta que se fue, juró que mataría a Spencer en cuanto la viera. Decía que ninguna maldita puta le iba a robar su barco y seguir con vida.
—Spencer no le robó nada. —Ian tuvo que contenerse. No podía olvidar aquella noche en la que, creyéndola muerta, halló a Emily en ese almacén piojoso de las afueras del pueblo.
—Lo sé —dijo el muchacho—. Todos aquí lo saben.
—¿Y dónde está Morris ahora?
Por más que Ian se moría por saber más sobre Emily, no perdía de vista que su objetivo era Morris. Era por él que se atrevió a regresar a Cabo Verde, y sólo por él permanecía ahí. Pero quería largarse: Cabo Verde le dolía en sitios donde nunca jamás algo le había dolido. Ese era el puerto en el que se enamoró de Spencer, el puerto donde tuvo que engañarla, el puerto donde la había besado, amado y perdido.
Todo aquello era una desagradable coincidencia. ¿Lo era? A Ian se le ocurrió que todo formaba parte de una provocación. A fin de cuentas, Cabo Verde era —también— el puerto donde Morris torturó a Emily casi hasta matarla, donde la marcó para siempre, donde la humilló. Y donde lo humilló a él, claro.
No: la elección de Morris no era casual. No podía serlo.
—¿Me oye, almirante?
—No. —El llamado del estibador trajo a Maeda de vuelta—. ¿Qué decías?
—Que al mando de Morris, el Cormorant volvió al Caribe.

—Maldita sea mi condenada suerte.





Comentarios

Entradas populares de este blog

FELIZ 2024

El miedo: una mortaja que asfixia

Calma chicha