Top Gun Maverick. ¿Quién dijo que las segundas partes no son buenas?
Hoy volví al cine. Y no lo digo sólo en sentido
literal. Sí, fui a un cine pero, por primera vez en mucho tiempo, vi cine en el
cine.
Harta de pelis
políticamente correctas que llenan todos los casilleros de un modo grosero, o
que se construyen sobre bases de tiros, bromas tontas, clichés y banalidades,
fui al cine deseando ver otra cosa.
Fui al cine apelando
a cierta nostalgia, en la búsqueda de aquella adolescencia que va quedando
lejos, queriendo encontrar a aquel piloto de Top Gun que, durante años y años,
me miró desde un póster en mi cuarto de soltera y, tal vez, buscando también a
aquella que fui y que ya no soy del todo o que ya no soy casi nada. Pero, sedienta de entretenimiento, no fui al
cine buscando nada más que pasar un buen rato. Y lo logré.
TOP GUN Maverick,
desde mi humilde e ignorante opinión, es cine. Y no voy a hablar de lo técnico
ni de planos ni de nada de eso porque, de eso, no sé nada de nada. Pero sí sé
algo de historia, de trama, del camino del héroe. Y, desde ese lugar, esta peli
de entretenimiento y de acción, me encantó.
En esta era de
pantallas verdes y de cine digital, Maverick podría haber sido un refrito. Una
repetición llena de trucos y efectos que en la primera no eran posibles. Y no.
No es eso.
Maverick respeta
y homenajea a Top Gun desde la pátina de los años. Aceptando que a sus
personajes, igual que a nosotros, nos pasaron los años. Entendiendo que el
entretenimiento puede —y debe— hablar de otra cosa. Mostrando que se puede
entretener sin perder profundidad y funcionando como espejo de que ellos, los
personajes, tampoco son los mismos que fueron.
Maverick es un
guiño a Top Gun, pero también es otra cosa.
Los espejos de
escenas y situaciones que se da en ambas pelis son muchos, pero no son simples
repeticiones sino, como toda simetría que funciona, se transforman en otra
cosa.
Lo que en la
primera es diversión, en esta es nostalgia. Lo que en la primera es arrogancia,
se transforma en experiencia. Lo que en la primera es inconsciencia, ahora es coraje.
Lo que en la primera es dolor, muta y se vuelve responsabilidad. Lo que en la
primera es juventud, lógicamente, se tiñe de madurez. Y lo que fue rivalidad,
es gratitud y amistad que no precisa de palabras. Y nunca con golpes bajos.
Nunca con explicaciones que no queremos ni necesitamos. Nunca a los gritos.
Maverick nos dice
sin decirnos nada, que es el mejor modo de decir, que aunque ya no somos los mismos, sí somos los mismos. Que uno es lo que
es. Y que lo que uno es, se cristaliza en lo que hace. Que hay gente que sí es imprescindible. Y eso,
en estos tiempos de cosas, personas y relaciones descartables, no es más que un
acto de revolución.
Trama, tema y argumento
son cuestiones diferentes. Los
escritores lo sabemos. ¿Y qué son los grandes guionistas sino grandes escritores?
¿Qué es una expresión artística sino un grito, una toma de posición?
El tema de
Maverick, para mí, son las segundas oportunidades. Oportunidades que hay que
ganarse a fuerza de coraje, de rebeldía, de tratar y tratar hasta torcer lo imposible.
Esta peli habla
de eso. De las segundas oportunidades. De pelear hasta el final. De aceptar lo
que la vida nos pone adelante sin entregarnos. Mostrando los dientes. O volando
un F14, que para el caso, vendría a ser lo mismo.
No dejen de ver
Maverick. Somos otros. Somos los mismos.
El buen cine,
parece que lo sabe.
Y lo dice.
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