De rachas y supersticiones



Dicen que una racha, una mala racha, una negra racha anda rondando.
Y anda cerca. Toca el aire pero no me toca. Me saca la lengua, se burla de mí, se mete en mis sueños y me los roba, me amenaza en silencio, sonriendo y mostrando todos los dientes. Pero no me toca.
“Cruza los dedos, toca madera”, dice la canción de Serrat.  ¿Será suficiente? Mis amigos se esguinzan, se queman, chocan, se cortan, les roban, pierden cosas… ¿Y yo? Me enloquece la pregunta. Me preocupa que sea cierto, que esa mala racha ande por ahí.
Espero que se me rompa un vaso, que me roben una rueda. Espero que el asunto se limite a depilarme mal una ceja, o a hacerme un siete en un pantalón. Quiero perder los documentos, romper un huevo podrido, que explote una ventana.  Estaría feliz si me condecorara un pájaro o si, un auto atropellado, me bañara al cruzar un charco. Una bendición sería que se me rompiera un taco o quemar una camisa. 
Lo que pasa es que, mientras la mala rancha me ronda y me ronda, las cosas me van saliendo bastante bien. ¿Para qué negarlo? En amores, la cosa va bien. Jugar no juego, así que en ese departamento no participo. La salud no descolla, pero no me quejo. Podría ir mejor, pero no me quejo. Trabajo no me falta. Amigos tampoco.  
¿Será que la racha anda tomando impulso? ¿Será que sentada en un bar afila las garras?
¿Cuál será la solución a este dilema?
Tocar madera o tirar la sal por encima del hombro no creo que sean soluciones adecuadas. No tienen ningún sentido.  Me puedo clavar una astilla o me puede subir la presión.
Tocarme la teta izquierda no va a protegerme de nada, aunque puede que detecte algo a tiempo. ¡Vaya uno a saber!
Andar con una pata de conejo colgando es, francamente, un asco. No, no es para mí.
Dejar de pasar  por debajo de una escalera no tiene sentido. Nunca lo hice: no paso.   
En el departamento de gatos negros se me presentan algunas complicaciones porque no puedo evitar que los felinos caminen libremente por la ciudad, y si cada vez que se me cruza uno por delante ando a los saltos, lo más probable es que me pise un auto o que no vea que al piano cayendo por la ventana.
El asunto de los números 13 es ambiguo: puede ser de buena o de mala suerte. Y como un 13 tengo que tomarme un avión, prefiero pensar que es de muy buena suerte. El que se atreva a decirme lo contrario tendrá su propia racha de mala suerte: yo.
Consultar al horóscopo es al pedo. El otro día me enteré que viví engañada, que hay un signo nuevo, que no soy de Escorpio ni nunca lo fui. Realmente, me siento estafada. ¿Le podré hacer un juicio por daños y perjuicios a Horangel?
El biorritmo es otra estafa. Miren cómo me dejó.
En el Horóscopo Chino soy tigre de madera.  Y en el maya debo ser Orca de papel. No tengo idea. Tampoco creo que importe demasiado.
Pisar mierda podría ser una solución: dicen que es de buena suerte y no es muy agradable, con lo cual podría dar por cumplida mi cuota de mala racha.
El tema de los sahumerios es otro tema. Algunos son muy ricos, pero otros son insecticida en palitos.  También me aconsejaron limpiar con vinagre: la mezcla de olores podría ser letal. No, mejor no tentar a la suerte.
Pienso que a lo mejor ya pasó, que ya tuve mi mala racha. Tal vez no tan evidente, no tan ruidosa, no tan digna de compasión. Al fin de cuentas algunos proyectos se frustraron.  Algunas personas mostraron hilachas, costuras y remiendos. Algunas máscaras se cayeron y algunas verdades se develaron.  Traté de digerir más de un trago amargo. Y no lo logré. No los tragué.  Siguen siendo amargos a pesar del tiempo y de todo lo que les puse encima para endulzarlos. Y siguen siendo pesados e indigestos.
Yo creo, digan lo que digan, que las rachas no existen. La vida te sirve de todo en la bandeja: el corte en la mano y la  carcajada. El proyecto que se frustra y otro nuevo que aparece. El esguince que te frena para que no pases por el lugar por donde va a golpear un tsunami.
En fin: no espero catástrofes, no espero fortuna. Trato de atravesar la vida que acontece tomando lo que me pone a la vista. Tratando de atender las señales y encomendando lo que me importa al poder superior.
Ni ruda ni alcohol para mí. Ni Pacha ni Mama. Ni rachas ni supersticiones.
Que, como dicen,  la vida son dos días y no me la pienso pasar preocupada por la suerte.   A tomarse los días y la vida como van viniendo. 
O con soda.  Porque, al final de cuentas, nada está bajo mi control.   


Comentarios

Entradas populares de este blog

FELIZ 2024

Calma chicha

Top Gun Maverick. ¿Quién dijo que las segundas partes no son buenas?