¿De un tirón?
Hace
unos días, un amigo escritor comentó que le llamaba la atención
cómo, al momento de juzgar un libro, algunos críticos establecían como un valor en sí mismo, el hecho de
que el libro se leyera rápido.
Hoy, otro escritor, planteó algo similar,
quejándose (con razón) de que a un libro se lo valore, únicamente, por leerse de un tirón. Pero subió la apuesta manifestando, en otras
palabras, que si un libro no cuesta, no vale.
Es verdad que, en general, no debería plantearse
como un valor en sí mismo que un libro
se deje leer de un tirón, porque, de un
tirón, también se lee un chiste del pibe Bazooka. Pero, y es un gran pero, si un libro se puede
leer de un tirón, si las páginas pasan como sopladas por el viento, entonces
ese libro tiene otro valor que va mucho más allá de dejarse leer de un
tirón.
Es un libro que engancha y, si lo hace, es porque su trama es
interesante. En tiempos donde las tramas, a veces, parecen no importarle a nadie,
que un libro la tenga no es algo menor.
Además, si las páginas corren como agua entre los dedos, seguramente, tiene
un gran trabajo para intentar decir lo que se quiere decir del
mejor modo posible. Que se lea —o se deje leer— de un tirón, no implica un
disvalor. En todo caso no alcanza como valor y, quien critica un libro, debería
intentar ir más allá al momento de recomendar, o no, el libro de lectura veloz.
Ahora, que el libro NO PUEDA leerse de un
tirón, tampoco es un valor en sí mismo.
La literatura, para mí, es un acto de
comunicación. Y si al libro cuesta
abordarlo, también se requiere analizar por qué cuesta.
Si es un tema doloroso, pesado, agotador,
entonces el valor no será que cuesta, sino que está tan bien escrito, que para el
lector se torna intolerable porque el
escritor ha construido la mentira —al fin de cuentas de eso se trata contar una
historia— tan perfectamente que el lector no soporta beberla de un saque.
El lector compró la mentira. Y ahí está el valor del libro. No en su
inabordable complejidad.
Pero, y este es un enorme pero, si cuesta
porque el escritor se engolosinó en un lenguaje críptico, rebuscado o excesivamente
poético, ¿cuál es el valor de que la
lectura cueste? Si cuesta porque está mal escrito o porque la comunicación se
rompió, eso, de ninguna manera, puede
ser un valor.
Por otro lado, en medio de esto, también me
rebotó el pedido de una amiga: ¿qué
libro le recomendaría para alguien que no la está pasando bien? Sus palabras fueron: “está bastante rota”.
Y yo, inmediatamente, pensé en un libro que
no cueste y que no duela. Porque eso también puede ser un valor.
Muchas veces leo que la literatura no solo
debe costar. También debe doler. Debe espantar. Debe hacer cerrar el libro porque
lo que transmite se vuelve insoportable.
Y yo creo que quienes dicen eso, tienen
razón. Y no la tienen.
A veces, muchas veces, la vida es una
mierda. Hay momentos en que vivir, sencillamente, es insoportable.
Si tengo muertes, ausencias, crímenes,
abusos, traiciones y dolor en la vida
real,¿voy a querer eso en un libro?
Puede que sí, mal de muchos...
Pero puede que no.
El libro, también, puede ser solaz,
remanso, ventana. Puede, por un rato, sacarnos del barro, del
dolor, de la miseria y del espanto. Puede hacernos soñar o reír. Y si un libro puede provocar eso, ¿cómo va a
costar? ¿Qué mejor que se lea de un tirón?
La literatura, el arte en general, tiene la
función de interpelarnos, de cuestionar
el mundo o de revelarlo. Pero, también, puede funcionar como tabla de
salvación, como puerta.
Las dos funciones son importantes.
Si el texto logra cualquiera de las dos,
entonces tiene un valor enorme.
Ya sea que se deje leer de
un tirón o deba ser administrado en mínimas dosis.
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