El miedo: una mortaja que asfixia
Dicen
por ahí que pueblo chico, infierno grande. Y por remanido, el dicho no es menos
cierto. Eso es Justo Daract, el
escenario donde transcurre La ciudad que no duerme (Omashu, 2023) de
Pablo Martínez Burkett: un infierno grande en el que algunos de sus habitantes
se exilian como castigo autoinflingido, guarida o simple necesidad económica.
Si
tenemos en cuenta que Justo Daract es la capital de las brujas, lo de infierno
grande toma una dimensión nueva.
Con el
terror de siempre, Martínez Burkett despliega en esta novela su don de narrador
y su mirada aguda en los detalles, pero va un paso más allá: lo cruza con el
grotesco en el punto justo para provocar una sonrisa. Y en ese preciso instante
nos pega una cachetada, llevándonos de los pelos a lo que mejor hace: provocar miedo.
“El
miedo es una mortaja que envuelve hasta asfixiar” dice Martínez Burkett en la
novela. Y es cierto. El asunto es ¿el miedo a qué? ¿A ser perseguidos por una
horda de vampiros chinos o a enfrentarnos a la culpa que no nos permite
respirar? ¿El de quedar aislados de un
mundo que nos teme o el aceptar, en toda su dimensión, que nos aislamos por voluntad propia? ¿El de
enfrentarnos a lo paranormal o el de descubrir, con asombro, que la razón no
nos alcanza para explicarnos un mundo incomprensible? ¿El de enfrentarnos a lo
desconocido o el de descubrir que lo que conocemos es peor que nuestras
pesadillas?
Si
son amantes del terror y de la buena literatura, no se pierdan La ciudad que
no duerme. Les aseguro que no lo van
a poder soltar.
Pero
si son miedosos como yo, léanlo de día y, durante un par de semanas, eviten los
supermercados chinos.
Por
las dudas.
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